Nanotecnología y alimentación:

¿lucha contra el hambre, mejores alimentos o más negocios globalizados?


Como siempre, vamos corriendo desde atrás. Los “nanoalimentos” ya están entre nosotros.

El “principio precautorio” nos indica que debemos desconfiar de la forma en que se aplicarán estos tremendos avances tecnológicos, y qué consecuencias traerán aparejadas.

Así como la “revolución verde” –que prometía “alimentos buenos y baratos para todos”- se transformó en el gran negocio de los OGM y la inusitada concentración del poderío económico en pocas empresas transnacionales. Patentamiento de semillas, apropiación de la biodiversidad, agronegocios, agrotóxicos, expulsión de campesinos y tierra para producir combustibles. Todo a partir de un engaño orquestado desde su origen.


¿Podemos creer que los resultados de la modificación “atómica” serán mejores que los obtenidos con la manipulación “genética” de las semillas?

Si vemos cuáles son las empresas –y la estrategia de silencio adoptada por ellas- que invierten en desarrollo nanotecnológico en el “mercado de la alimentación”, más que preocuparnos, tendremos que ocuparnos del tema.

En consecuencia, debemos tener presentes tres principios básicos:

1) Las nuevas tecnologías, por si solas, no resuelven las viejas injusticias.

2) En las relaciones capitalistas, el objetivo del desarrollo tecnológico es el lucro y no la satisfacción de las necesidades de la gente.

3) Cualquier tecnología nueva que se introduzca en una sociedad que no sea esencialmente justa, tenderá a agravar la diferencia entre ricos y pobres.


miércoles, 24 de febrero de 2010

Nanotecnología: Un actor invisible








Gustavo Duch
Palabre-ando



¿Saben ustedes qué es la nanotecnología? Yo empecé a oír hablar de ella en el año 2003 en Cancún (México), acompañando a unas charlas a una de sus ponentes, la investigadora del grupo ETC Silvia Ribeiro, en los espacios alternativos organizados frente al operativo que protegía la cumbre ministerial de la Organización Mundial del Comercio. Confieso que pensé que hablaba de ciencia ficción. Que, esta vez, ese magnífico equipo de estudiosos atentos a los impactos sociales y ecológicos que rodean a las nuevas tecnologías y cuyos informes han sido tan significativos respecto a los transgénicos o los sistemas de propiedad intelectual –por citar algunos ejemplos–, estaban disparando a un blanco equivocado. Me equivocaba, yo no lo veía porque en realidad estaban disparando a un blanco invisible pero real. Pasados ya unos años, la nanotecnología está bastante más presente de lo que percibimos.
“Actualmente –explicó Silvia para La Jornada– se conocen a nivel global más de 800 líneas de productos de venta directa al consumidor que contienen nanopartículas de plata o de carbono. Son usadas en barnices, pinturas, textiles, construcción, informática, telefonía, agricultura, alimentación, farmacéutica, cosméticos, vestimenta, entre otras industrias”. Pero además el pasado 8 de enero Lord Krebs, presidente del Comité de Ciencia y Tecnología de la Cámara Alta del Parlamento británico, alertaba de que “es probable que el uso de nanopartículas en los alimentos y los envases de comida aumente de forma drástica en la próxima década”. Y, de hecho, hace unos días la prensa catalana nos informaba del apoyo que el Ministerio de Ciencia e Innovación facilitaba a un departamento universitario en sus investigaciones con nanotecnología para mejorar la conservación de alimentos, los llamados alimentos de cuarta gama. “La investigación –explica el diario– se centra en la utilización de nano-recubrimientos comestibles sobre frutas como la manzana, la pera, la piña o el melón, entre otros, para facilitar la incorporación de diferentes compuestos activos que mejoren la calidad y la vida útil del producto final”. Delicioso.
Es decir, el futuro que yo no podía imaginar ya está aquí o, al menos, ahora lo visualizo. Y lo primero que constato es que la manipulación de la materia en la escala de los átomos y las moléculas, que eso es la nanotecnología (un nanómetro es la millonésima parte de un milímetro), avanza bajo una grave falta de información y debate con la sociedad en general, y en el caso concreto de su aplicación en la alimentación, con las organizaciones de consumidores y productores. Ocurrió con los transgénicos y es un mal augurio. Cómo saldrá afectada la sociedad, cuál será su impacto ecológico y en la salud de las personas, quién se beneficiará de esta nueva tecnología y quién la controlará son preguntas que deben responderse también para el diseño de políticas públicas que regulen este nuevo campo. El propio Lord Krebs alerta: “La industria alimentaria, tanto en Reino Unido como en el resto del mundo, está siendo ‘bastante oscura’ sobre cualquier trabajo que emplee nanotecnología para sus productos o para el envasado: esa es exactamente la actitud equivocada”.
Krebs achaca a la industria ese oscurantismo y que no aporte información suficiente sobre las implicaciones en la seguridad y en la salud humanas. Silvia Ribeiro llega más lejos y documenta que hay más de 500 estudios científicos publicados en los últimos años que muestran la toxicidad de diferentes nanopartículas, nanocompuestos y productos nanoformulados en animales de laboratorio, en cultivos de células humanas y en el medio ambiente (en suelo, agua, cultivos, microorganismos, algas, invertebrados). Finalmente hemos de mencionar el estudio publicado el 20 de agosto del 2009 en el European Respiratory Journal, escrito por investigadores chinos liderados por Yuguo Song, del Departamento de Enfermedades Laborales y Toxicología Clínica del Hospital Chaoyang de Beijing, donde se demuestran por primera vez los daños fatales en personas en contacto con nanopartículas. Siete trabajadoras chinas enfermaron gravemente luego de haber trabajado algunos meses en una fábrica de pinturas que usaba nanopartículas. Dos de ellas murieron. Los análisis mostraron la presencia de nanopartículas de 30 nanómetros de diámetro en los pulmones y fluidos como las contenidas en la pintura que usaban. Invisibles pero presentes.
Es obvio que mientras todos estos datos se contrastan y analizan, debería primar y exigirse el principio de precaución, y declararse una moratoria a la liberación comercial de productos con base nanotecnológica, por mucho que la industria nos quiera vender sus bondades y maravillas, que eso también lo hicieron con los transgénicos o la energía nuclear. Sus argumentos los conocemos: las nuevas tecnologías vendrán para aliviar el hambre del mundo, para combatir el cambio climático, etc. Pero yo tengo mis reparos, porque –volviendo a sus aplicaciones en la agricultura y alimentación– estamos delante de innovaciones que, ojalá me equivoque, controladas por las grandes industrias buscarán servir los intereses de las grandes industrias. Será una pieza más que encajará en el puzzle de la agricultura intensiva y sin mano de obra. Con semillas modificadas por nanotecnología, con agrotóxicos producidos con nanotecnología, etc. se generará más dependencia del agricultor con la industria. Si en el desarrollo de la tecnología no hay espacios de reflexión colectivos y democráticos, presenciaremos un nuevo codazo para desplazar a la agricultura conducida y manejada por los mismos agricultores y agricultoras reproduciendo sus semillas, intercambiándolas, custodiándolas y asegurando la diversidad que la vida exige.
Fuente: http://gustavoduch.wordpress.com/2010/02/22/un-actor-invisible/